jueves, 14 de agosto de 2008

Una Coca-Cola, por favor




Curioso este post que encontré en El Cronista nº 13.

Cada vez que sedientos, alzamos la mano para llamar la atención del camarero/a y formulamos esta frase, nos estamos condenando al más nocivo de los efectos que acompaña a este tipo de bebidas gaseosas carbonatadas. Sin embargo, valga lo paradójico de la cuestión, los anunciantes de este cóctel glucosado llamado Coca-Cola siempre lo exponen al público acompañado de una persona que, sin ánimo de ofender, no para de sonreír cual subnormal colocado mientras lo sostiene o bebe de una de estas botellas.
El agresivo marketing por parte de esta compañía así como el tropel de anuncios subliminales con el que nos bombardean a diario, consciente e inconscientemente, han provocado que por fuerza y erróneamente asociemos la presencia de esta adictiva bebida, a la felicidad. Originalmente, el nombre Coca-Cola sólo hacía referencia a su primer componente, la cocaína, que aunque hace más de cien años que ya no se emplea en la fabricación de este refresco, fue uno de los principales y saludables aditivos que conformaba la composición final de su tan secreta fórmula.
Durante los primeros diez minutos, tras la ingesta de una Coca-Cola, 39 gramos de azúcar recorren nuestro tracto gastrointestinal descompensando drásticamente el equilibrio osmótico del tubo digestivo con el medio envolvente. Tal concentración de glucosa atrae al agua de toda la cavidad peritoneal provocando una deshidratación casi inmediata del organismo al viajar la misma desde el medio externo, al tracto digestivo donde se haya el azúcar. Esto, eventualmente puede ocasionar diarrea dada la mezcla de heces y agua.
Trascurridos veinte minutos, gran parte de la glucosa ya ha pasado a sangre aumentando la glicemia total y provocando un incremento súbito de insulina. A nivel hepático, se desencadena una respuesta inmediata y con tal de reducir la ingente cantidad de azúcar en sangre, el hígado procederá a transformar la glucosa en glucógeno a través de la glucogénesis.
Tras cuarenta y cinco minutos la totalidad de la cafeína ya discurre libremente por el torrente sanguíneo causando las mismas respuestas que cualquier estimulación simpática dada su mimética actividad adrenérgica. Los efectos más inmediatos son la excitabilidad característica, midriasis pupilar (dilatación de la pupila) y estrés fisiológico que trata de compensarse con la liberación, a nivel cerebral, de dopamina, el neurotransmisor responsable de crear una falsa sensación de alivio, satisfacción y bienestar. Este mecanismo es muy similar al llevado a cabo por algunas drogas que terminan creando una adicción casi irreversible.
Como complemento al amplio repertorio de acciones nocivas que conlleva el consumo de una sola Coca-Cola, hay que tener presente la acción del ácido fosfórico que inhibe a nivel intestinal la reabsorción de zinc, calcio y magnesio, elementos que deberían ser absorbidos dada su gran importancia metabólica y en el mantenimiento de los huesos largos. De ahí el hecho de que la Coca-Cola sea una de las causantes de la descalcificación ósea.
Para terminar, la reabsorción de agua y otros electrolitos como el sodio, también se bloquea. Lo que conlleva a que se expulsen por la orina, con lo cual, no sólo nos deshidratamos sino que además perdemos todo tipo de elementos nutrientes para nuestro organismo.
Pasadas algunas horas notaremos nuevamente el enganche de la cafeína al cesar la liberación de dopamina y desaparecer la sensación de bienestar. A este estado de pseudo ansiedad le sucederá el visionado de otro anuncio de Coca-Cola, que inconscientemente asociaremos con una sensación de alivio y agrado por lo que nos veremos impulsados a consumir dicho producto nuevamente con tal de sentirnos bien y satisfechos. Así pues, que me traigan una Coca-Cola.

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