miércoles, 21 de octubre de 2009

Muere Daimiel y Doñana agoniza


El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, Reserva de la Biosfera, símbolo de la Mancha húmeda, está muerto. Sólo existe en el papel y en los presupuestos de las Administraciones, pero desde hace cuatro años el maravilloso marjal repleto de vida se ha convertido en un desierto. Su cadáver arde ahora en un infierno de fuego subterráneo, el de las secas turberas en llamas.

Por primera vez en la historia de la conservación de la naturaleza, un espacio férreamente protegido ha desaparecido en un país desarrollado ante la bobalicona mirada de políticos, ingenieros y agricultores, sus confesos asesinos.

Lo empezaron a matar en 1956, pero fue a partir de 1974 cuando comenzó su agonía, tan sólo un año después de protegidas las Tablas gracias sobre todo a la decidida presión ejercida por Félix Rodríguez de la Fuente. Paradójicamente, mientras se convertía en Parque Nacional se decretó su defunción al ponerse en riego 120.000 hectáreas con agua de su mar subterráneo, ese acuífero del Guadiana que parecía ilimitado y que en sólo 10 años descendió 35 metros. Tuvieron la culpa 60.000 pozos, la mayoría ilegales, todos abiertos para mantener una agricultura insostenible que riega a pleno sol las cebadas, el maíz y los viñedos. En 1986 al río se le secaron los ojos y a Daimiel las lágrimas.

Fieles a nuestra historia, cuando todo estaba ya perdido llegaron los planes de rescate. Tarde, muy tarde. El Parque necesita para sobrevivir 31 hectómetros de agua al año, sólo las aguas residuales de los pueblos cercanos suman 46 hectómetros y los agricultores consumen más de 200. Pero no hay para todos. El último trasvase del Tajo fue de 20 hectómetros, que por una parte robaron los pueblos ribereños y por otra se evaporó en las resecas entrañas del río Cigüela, llegando a las Tablas apenas unos famélicos 0,75 hectómetros.

En la actualidad tan sólo se conservan artificialmente inundadas cinco de sus 1.500 hectáreas. Allí lo único que fluye ya es dinero público, 3.000 millones de euros que se pierden aún más rápido que el agua.

Daimiel es un enfermo clínicamente muerto, por más que al final logren inundarlo mínimamente para tratar de lavarse la cara los responsables de tal esperpento.

Pero no aprendemos. Doñana, nuestra joya natural más importante, sigue el mismo camino. Desde mediados del siglo pasado la marisma ha perdido el 80% del aporte natural de agua y las dos terceras partes de su extensión original. Sus lagunas se están secando debido a la sobreexplotación del acuífero Almonte-Marismas. Según WWF, existen casi mil pozos ilegales en el entorno del parque nacional, responsables de una ocupación masiva del territorio para cultivos de regadío como el fresón.

Cuando queramos pararlo será demasiado tarde. Quizás ya lo sea.

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Para terminar os dejo una intervención de Félix Rodríguez de la Fuente donde nos recuerda la importancia de las zonas húmedas y los peligros que sobre ellas se cernían hace 30 años. Fue él quien consiguió que se protegiera Daimiel de su prevista desecación, aunque no pudo evitar una sobreexplotación salvaje del acuífero que ha condenado a muerte al espacio.



César Javier Palacios

Vía | La Crónica Verde

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