jueves, 11 de septiembre de 2008

"He visto a muchas niñas desangrarse"

El relato de una mujer senegalesa que practicaba la ablación y el de otra que se dedica a erradicarla (elpais.com)



El 30% de la población senegalesa (10 millones de habitantes) practica la ablación, aunque las leyes del país lo prohíben.

"He visto a muchas niñas desangrarse". Lo dice así, en voz baja. Habla despacio y sin teatro. Lala Camara es una profesional de la ablación. Una precisa ejecutora de esa práctica que consiste en "despojar a las mujeres de su sexualidad", según la definición que realiza la activista senegalesa Khady Koita.

Camara tiene 54 años y vive en Baliga, una pequeña comunidad woloff (etnia mayoritaria de Senegal) de 1.300 habitantes y rodeada de nudosos baobabs. Cobraba seis euros por mutilación. "Un precio justo", indica, puesto que también se encargaba de la manutención de las niñas, entre 13 y 17 años, durante la semana que duraba la convalecencia.
No se limitaba a extirparles el clítoris con una cuchilla; también sellaba después los labios de la vagina con espinas de acacia. Luego, una vez casada la chica -en general, tras un pacto de conveniencia entre padres-, se encargaba de "desabrochar" la vulva.


Camara nunca tocó a sus propias hijas. No le parecía buena idea. Conocía bien el proceso: "Sale mucha sangre; es malo". Pero tampoco se hizo jamás ninguna consideración moral: "Es una tradición y una manera de ganarse la vida. Alguien lo tenía que hacer".
Su pueblo, por la insistencia de la ONG Tostan, abandonó esta práctica en 1999. Lala enterró sus navajas y cambió de negocio: "Ahora me dedico a vender agua".

"Hice más de 100 ablaciones durante los 42 años de profesión". "Los padres lo decidían y no había nada más que hablar", concluye.
Una tesis que Koita, artífice de la ONG Palabra, desmiente parcialmente: "Las mujeres son las que las hacen y, muchas veces, las que insisten en ello. En general, las mujeres son quienes transmiten y cuidan de las tradiciones". Camara no es una rareza. De las 5.000 comunidades, léase aldeas, senegalesas, unas 2.000 han hecho repudio explícito de "la incisión". Paradójicamente, las grandes ciudades, como Dakar, la capital, son las que más se resisten al cambio de costumbres.
También los inmigrantes que viven en Europa. Uno de los líderes locales de la oposición a la ablación revela que cada vez que uno de los "europeos" regresa a su pueblo, provoca una involución. El asunto es que el inmigrante, alejado de sus referencias locales, se resiste a abandonar las tradiciones porque eso le produce más desarraigo. A su vez, como aquellos que cruzaron el Atlántico y se establecieron en países como España tienen mucho prestigio en sus localidades de origen, su actitud provoca dudas en los habitantes del pueblo.

Khady Koita tenía 13 años cuando cruzó el mar. Abandonó Thies, cobertizos de latón y casas a medio construir con el alma en una estrecha carretera encharcada que se pierde en el horizonte, para vivir en Francia. Dejaba atrás una infancia "muy feliz". Pero también una parte de su cuerpo. Ahora tiene más de 50 años, una ONG en expansión, muchos premios de cooperación y un libro. Escribió Mutilada en 2005. Un título suficientemente explícito sobre su contenido: "Dos mujeres me agarraron y me arrastraron hasta la estancia. Una detrás de mí me sujeta la cabeza y sus rodillas aplastan mis hombros con todo su peso para que no me mueva; la otra me tiene en el regazo con las piernas abiertas; mi corazón empieza a palpitar con mucha fuerza".
Para combatir esta lacra, Koita firmó ayer un convenio de colaboración con la Comunidad de Madrid (dentro de las actividades previstas en el viaje que realizan por África 100 adolescentes madrileños). Recibió 85.000 euros de Carlos Clemente, viceconsejero de Inmigración, y puso la primera piedra de un centro de formación para niños y niñas en las afueras de Thies -la segunda urbe más poblada de Senegal, con 350.000 habitantes-. Clemente, sin embargo, agregó que la Comunidad no subvencionaría "a ningún gobierno de África corrupto".
Antes, ante un auditorio compuesto por los 100 adolescentes de la caravana de Rumbo al Sur, que viajan con la Comunidad de Madrid, Koita desgranó sus teorías sobre el subdesarrollo en África en general y en Senegal en particular. A pocos metros, una señora caminaba paseando con una cabritilla sujeta de la mano, como si fuera un niño pequeño, y los niños jugaban con viejas ruedas de carretilla.
La ONG Palabra, fundada por Koita sostiene que la única forma de concienciar a las pequeñas comunidades es con un "diálogo diplomático", sin connotaciones morales que sugieran superioridad cultural de los europeos y "con mucha paciencia, haciendo hincapié en los temas de higiene y salud".
"No digo a la gente lo que debe hacer; entablo una conversación de días. No digo directamente 'no debes mutilar a tu hija", ejemplifica. Aunque Koita no tiene ningún tipo de ambigüedad y señala que su propósito último es formar "ciudadanos iguales, ciudadanos enteros".
Según la activista, el debate se ha instalado ya en Senegal. Los jóvenes discuten acaloradamente la propiedad o no de esta práctica extendida por toda África. Los partidarios se apoyan en el siguiente argumentario: "Una mujer sin deseo sexual es más pura y más limpia, y la única llave para eso es quitarle el clítoris". Ésa es la tesis que sostiene una rolliza madre de siete hijos vestida de naranja mientras muestra el horno de barro de su cocina, una pieza separada con forma de choza y paredes de adobe. "Las costumbres tienen su razón", esgrime, aunque admite los riesgos sanitarios del asunto.
Unos problemas, los de la salud, que la experta Lala Camara, con 42 años de oficio a su erguida espalda leñosa, admite. Aunque asegura que nunca se le murió ninguna chica: "Sólo se ponían enfermas, pero a mí no se me morían".

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