Aunque nunca llueve a gusto de todos, las torrenciales lluvias del último mes, unidas a las importantes nevadas, han logrado resucitar el sediento Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Algo tan natural como que los ríos Guadiana y Cigüela volvieran a llevar agua en sus cauces obraron el milagro.
Mientras a primeros de diciembre el parque estaba completamente seco y sus entrañas de turba se consumían en un infierno de fuego subterráneo, hoy tiene encharcadas 160 hectáreas y el incendio está en proceso de extinción.
De todas formas, tampoco podemos echar las campanas al vuelo. Primero, porque tener con agua 160 de sus 1.750 hectáreas inundables no es aún una cifra de locura.
Segundo, porque el problema de las Tablas de Daimiel sigue siendo la sobreexplotación del acuífero 23, un gigantesco embalse subterráneo de 5.000 kilómetros cuadrados. Si no hacemos algo, todo ese agua que ahora llega generosa acabará saliendo por los más de 23.000 pozos que perforan el subsuelo, secando de nuevo nuestro triste Parque Nacional.
Y en tercer lugar está la mentira de los millonarios trasvases salvadores. El del Tajo-Segura primero, y ahora el de la Tubería Manchega, nunca lograrán sustituir a los aportes naturales de los ríos y arroyos.
Si alguien todavía cree que Las Tablas de Daimiel se van a salvar gracias al agua de una tubería, o es tonto, o piensa que los tontos somos nosotros.
Como estas lluvias nos han demostrado, el Parque Nacional sólo puede y debe recuperarse con agua de la cuenca del Guadiana, gracias a una gestión racional y sostenible de los recursos hídricos. O el próximo invierno volveremos a llorar por Daimiel.
Vïa | Efe.com y Crónica Verde